Los faros son un emblema de las civilizaciones de navegantes y la Patagonia, descubierta, reconocida y también temida por hombres de mar conserva algunas de las reliquias mundiales de estos artefactos.
La palabra faro, según Daniel Gasco, proviene de Pharos, nombre de una isla ubicada frente al puerto de AlejandrÃa, en Egipto, actualmente unida al continente. En su costa oriental se levantó la primera torre que sostenÃa una fogata, cuya finalidad era guiar a los barcos que querÃan ingresar al puerto. Por extensión, luego se dio el nombre de faro a cualquier tipo de iluminación que sirviera para ayudar a los navÃos a esquivar los accidentes geográficos.
El célebre poeta Homero se refirió a este precario sistema de iluminación en la IlÃada, comparando el escudo del héroe Aquiles con el fuego que ardÃa en la montaña. Dionisio de Bizancio, en el siglo I, describió una torre llamada Timaea, en Tracia, en cuya plataforma también se prendÃa una lumbre.
Pese a la distancia que separa la ciudad de AlejandrÃa, Egipto, y la Isla de los Estados, en el sur de Argentina, ambas están unidas por un singular proyecto: la reconstrucción de dos de los faros más legendarios del mundo. En realidad uno de ellos ya está funcionando desde febrero de 1998, gracias al navegante francés André Broner. Es una réplica exacta del faro construido por la Armada Argentina en 1884, que fue desafectado del servicio en 1902. Fue el primer faro de las costas australes, pero sólo brilló durante 18 años. La expedición encargada de la instalación original estuvo a cargo del comodoro Augusto Lassere, fundador de la ciudad de Ushuaia, en la Isla de los Estados. Además de la señal luminosa, se montó allà una subprefectura marÃtima que debÃa atender el servicio del faro y socorrer a los posibles náufragos, historia que escribió en esas costas el comandante Luis Piedrabuena, con reconocido heroÃsmo, y que sentó la jurisdicción argentina. El faro funcionaba en un edificio circular, hecho de madera de lenga. Como su luz se divisaba muy poco fue reemplazado por el del archipiélago de Año Nuevo.
En la Patagonia, recién en 1884 se inició el señalamiento con la construcción de un faro en la Isla de los Estados, al mismo lo inmortalizó Julio Verne con su obra El faro del fin del mundo.
El primer faro patagónico continental se instaló en 1887, en la desembocadura del RÃo Negro, en el océano Atlántico. Aún se lo puede ver cerca del balneario rionegrino El Cóndor.
También es muy antiguo el faro de Punta Delgada, enPenÃnsula Valdés, librado al servicio el 1º de mayo de 1905. Es una torre troncocónica de color ladrillo. Posee una casa y su altura es de 114 metros sobre el nivel del mar. Su alcance es de aproximadamente 54 kilómetros. Por una acertada decisión de la Armada Argentina fue concesionado en 1987 a una empresa turÃstica, que convirtió el enclave en un original Complejo TurÃstico, de moderna y creativa estructuración.
En PenÃnsula Valdés, los faros de Punta Norte y Punta Bajos se lucen rodeados de elefantes marinos, lobos y pingüinos.
Más al sur, el faro de Punta Ninfas agrega otra referencia estratégica en la boca del Golfo Nuevo, en el departamento de Rawson.
En el área protegida de Cabo Dos BahÃas, el faro de Isla Leones ha provocado historias inolvidables.
Los de Cabo Blanco, cerca de Puerto Deseado, y el de Cabo VÃrgenes, al sur de RÃo Gallegos, acompañados por atractiva fauna costera del mar patagónico, completan una serie de monumentos silenciosos que además de sentar soberanÃa, son parte de itinerarios turÃsticos muy convocantes de nuestra geografÃa.
Autor: Antonio Torrejón, reconocido estudioso de temas patagónicos.